Amo esas personas que con solo pensarlas te hacen sonreír
Cada persona representa algo en la vida de alguien más, ese algo puede variar desde lo muy importante, en el mejor o peor sentido, hasta lo indiferente… Quienes nos hacen sonreír con solo pensarlos, son esas personas que se han colado o se están colando por las rendijas de nuestro corazón, con la posibilidad de ofrecernos algo hermoso que sentir.
Esa sonrisa, la que sale de manera espontánea, no porque se espera, ni porque es el gesto de cortesía adecuado, la que incluso se asoma cuando estamos solos, a causa de alguien, normalmente nos habla de ilusión, de deseos de vivir algo más, de ganas de tener a esa persona cerca y quizás hablarle de los espacios que ha conquistado, sin ni siquiera saberlo.
“El secreto, querida Alicia, es rodearte de personas que te hagan sonreír el corazón. Es entonces, solo entonces que estarás en el País de las Maravillas”
La sensación que deriva del pensamiento hacia alguien, es clave
Pensar en alguien y sentir bienestar es una sensación ideal. A veces no nos importa cuál sea el vínculo, solo nos sentimos afortunados porque esa persona se cruce por nuestra mente y se nos haga inevitable sonreír.
Cuando la sensación perdura en el tiempo, cuando de la ilusión pasamos a hechos concretos y aun el pensar en esa persona nos hace sonreír, podemos estar profundamente agradecidos por estar alimentando un vínculo con la dieta perfecta.
Aprendiendo a amar
Muchos vínculos llegan a perderse porque no sabemos cómo cuidarlos. Puede existir amor, pero si no se mantiene el cuidado y la atención necesaria, el amor se va haciendo débil, muere de inanición… Y lo que antes representaba una sonrisa, ahora solo refleja tristeza, hastío, decepción, rabia…
Debemos aprender a amar y esto incluye aprender a cuidar, a dar, a asumir nuestros compromisos y evitar a toda costa dañar a quien nos ama. Tarde o temprano cosechamos lo que hemos sembrado, incluso en otros huertos. No pretendamos amar de maneras equivocadas o dañinas y que nos amen de una forma cuidadosa y delicada.
A veces no tenemos que hacer demasiado para que alguien nos permita entrar en su corazón y por ello pensamos que va a resultar de fácil estadía, por lo que abandonamos los cuidados, la atención, los pensamientos, los detalles de los cuales se alimenta el afecto. Y de repente y sin darnos cuenta, estamos fuera… Hay un gigante cartel que nos dice: se reserva el derecho de admisión, sí es contigo, no nos llames, nosotros te llamamos. Y como si no fuésemos responsables de aquello, nos sorprendemos.
No permitamos que la gente que queremos y nos quiere se entristezca por lo que hacemos, se lamente de habernos conocido, se sienta desvalorada o humillada por nuestras acciones. Preocupémonos por dar lo mejor de nosotros, por alimentar aquello que saca sonrisas. Que nuestra presencia en la vida de alguien más, sea siempre algo que sume y no que lastime.
Todos somos uno
Estamos acá para aprender a amar… Y si vemos al otro como una extensión nuestra, quizás podamos entender que lo que le hacemos a él, de alguna manera nos lo estamos haciendo a nosotros mismos.
A fin de cuentas todos somos uno y el procurar el bienestar en los demás es un compromiso con ellos y con nosotros. Las personas que hacen sonreír, normalmente se dedican a hacer de la vida de los demás, algo más bonito, pasan por los jardines a los que les han ofrecido entrar, sin arrancar las flores, sin pisar el césped. Solo se limitan a admirar y si se les permite, a colaborar con ese entorno sagrado al que se les ha dado acceso.
Todos tenemos un jardín, no permitamos que nadie venga a arrojar basura en él, ni a sembrar malas hierbas y cuando vayamos de paso a los jardines de quienes son importantes para nosotros, respetemos y honremos su espacio, que por un momento será nuestro también.
Por un mundo con menos lágrimas y más sonrisas.
Por: Sara Espejo – Reencontrate.guru
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