Si tan solo llegáramos a entender que el amor propio es la entrada a una vida maravillosa y satisfactoria, al menos por inversión, todos haríamos un esfuerzo superior por llegar a amarnos. Dedicaríamos un poco más de atención, de energía y de tiempo a conocernos, a descubrirnos y conectarnos con esa naturaleza que nos define, que no es otra distinta a aquella que nos mantiene en sintonía con el bienestar.
Cuando nuestro amor propio está sólido y firme, es mucho menos probable que alguien venga y nos quiebre de alguna manera. No es que estamos inmunes, pero de seguro sí somos más fuertes, atraemos normalmente a personas que pasan los filtros preliminares para tener cabida en nuestras vidas. Desde el amor propio, por lo general no estamos esperando que alguien más venga a llenar nuestros vacíos.
Todos estamos completos, no necesitamos complementos. Claro que puede resultar un muy buen plan compartir nuestro camino con alguien más. Hacerlo conscientes cada uno de que no se necesitan el uno al otro y sin embargo se eligen, hace de esa relación una mucho mejor edificada y mejor justificada.
Si ya nos hicimos pedazos en una relación, si sentimos que resultará complicado recoger cada partecita de nosotros, para reubicarla en un sitio que ni siquiera tenemos idea de cuál es, pues, esas cosas pasan y es el amor propio el mejor pegamento y reconstructor que podamos utilizar.
Algunas veces nos quedamos esperando que venga alguien y nos ayude a recogernos, que nos rearme como mejor le parezca, pero que nos dé forma, aunque sea una con la que no nos identifiquemos, nos conformamos solo con que se vea funcional. Pero esa estructura, aunque se nos hizo “fácil” obtenerla, no es muy resistente y nos hace dependientes de esa nueva persona que ha colaborado con nuestra reconstrucción.
La espontaneidad del amor se pierde, nos domina el miedo a perder a esa persona y cuando actuamos desde el miedo, los resultados que obtenemos no son lo que consolidan relaciones, sino las que nos hacen presos de ellas, que nos condenan y que le roban la magia al amor, para sustituirla por cadenas que colocaremos para sentirnos un poco más seguros de no volver a quebrarnos.
La dependencia es una manera de distorsionar el amor y colocarnos en esa posición que puede permitir cosas que vulneren nuestra integridad. Cuando nos sentimos dependientes, también nos sentimos un poco víctimas, y desde allí atraemos escenarios que nos reafirmen ese rol.
Es por lo anteriormente expuesto, que es recomendable que luego de algún quiebre derivado de una relación amorosa, cada quien se tome su tiempo para repararse, para reencontrarse, para crecer con la experiencia y evitar cometer los mismos errores del pasado o bien cometer unos nuevos pero que se dan como consecuencia de apresurarse e irse por un camino en donde delegamos la responsabilidad de repararnos, a quien pretende acercarse.
No se trata de que coloquemos una armadura y no permitamos la entrada a nadie más hasta no estar perfectamente reconstruidos… De igual forma eso no es un proceso que tenga final. Se trata de no confundir los roles. Solo nosotros podemos sanar nuestras heridas, así como solo nosotros pudimos sufrirlas.
Alguien puede estar allí apoyándonos y cuidándonos, pero cada quien debe ser responsable de colocar sus piezas en donde considere, para hacer de sí una nueva versión. Ajustándose a quien es hoy y no a lo que otro pretende que sea.
Cuando estamos hechos pedazos, nos sentimos vulnerables y consideramos tomar cualquier mano que se acerque o por el otro extremo, meternos en una caja hermética. Pero todo debe ir balanceándose y el amor propio debe ir marcando la pauta en cada uno de nuestros pasos. Solo nosotros podemos sentir cómo deben ir nuestros pedazos y nuestro amor es lo que irá haciendo la magia.
Por: Sara Espejo – Reencontrate.Gurú
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