Prácticamente nadie podría discutir con argumentos válidos esta premisa. Lo interesante que sea nuestra vida, o cómo la percibamos será inversamente proporcional al interés que podamos sentir por tener intervención alguna en la vida de los demás.
Cuando dedicamos mucho tiempo a pensar en la vida de los demás, en cómo son, en qué hacen, en criticar e incluso en ver cómo podemos colaborarles, le estamos restando ese tiempo al disfrute y la atención de nuestras propias vidas.
Y el interés en lo que puedan o no estar haciendo los demás se abre paso cuando en nuestra vida no encontramos el gancho suficiente como para centrarnos en ella y darle prioridad. Sabemos que el tiempo no echa marcha atrás y que un minuto mal invertido, pues se queda allí, no lo recuperamos.
Es muy triste mirar atrás y darnos cuenta de todo lo que dejamos de hacer, de todo lo que dejamos de disfrutar, de todo lo que dejamos de apreciar, por tener nuestras manos o nuestra mente en la vida de otra persona.
Está muy bien ser de utilidad a otros, si esto está alineado con nuestros propósitos, el servir, el apoyar, el guiar a otras personas, puede ser parte de nuestro plan de vida y sentimos cómo eso nos llena el alma. Incluso nos forjamos la idea de que cada día somos mejores personas, por el hecho de dedicar parte de nuestra vida a colaborar con la de los demás.
Sin embargo, siempre es bueno que alimentemos en nosotros lo que no tiene que ver con nadie más, que le dediquemos tiempo a lo que amamos, y si no estamos seguros de lo que es, que nos dediquemos a encontrar eso que nos alimenta el alma.
Lo que sí no está bien de ninguna manera es fijar de blanco a víctimas de nuestras críticas y de nuestros juicios, con el fin de invadirles sus vidas, de decirle cómo hacer las cosas, de estar pendientes de ver en qué se equivocan para acusarlos e incluso ridiculizarlos.
Todos estamos viviendo un proceso personal, todos tenemos a diario pequeños o grandes retos, lo mínimo que debemos hacer es respetar los de cada quien. Si no podemos ayudar, evitemos entrometernos… Y aquí hay una delgada línea, hay quienes llaman ayuda a acciones que a distancias enormes se nota que no es tal. Así que coloquemos nuestra mano en el corazón y antes de interferir de alguna manera en la vida de alguien, determinemos si lo que vamos a hacer contribuirá positivamente o si generará un efecto contrario.
Normalmente cuando somos personas sanas mentalmente, cuando colaboramos con alguien sentimos paz e incluso podemos llegar a recibir el agradecimiento de quienes reciben la colaboración.
En el fondo siempre sabemos la intención, la sentimos, si hay algo allí que no sea sano, debemos preguntarnos por qué estamos actuando de una forma en particular en relación a la vida de alguien y dedicarnos a enriquecer nuestra vida de tal manera que no nos provoque en lo más mínimo mirar la vida de los demás. Cada vez que sintamos la necesidad de fisgonear la vida de otra persona, preguntémonos: ¿qué puedo hacer por mi vida en este justo momento para hacerla más interesante?
Siempre hay algo que hacer, siempre hay algo que se convertirá en una mejor inversión de tiempo que interesarnos malsanamente por la vida de otra persona. Respetemos la vida de cada quien, pero sobre todo respetemos la nuestra, que se merece mucho más que meterse en la de los demás.
Por: Sara Espejo – Reencontrate.gurú
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