Puede parecer un chiste, pero lejos está de serlo. Así como generamos adicción a sustancias, a deportes, a experiencias, lo hacemos al sufrimiento. Lo hacemos por los mismos motivos, por los químicos que segregamos al estar sumergidos en el sufrimiento. Nuestro cuerpo se acostumbra a invadirse de determinadas hormonas. De manera inconsciente buscamos la conexión que nos permita sentirnos una vez más en ese estado conocido, que obviamente no resulta placentero, pero al cual nos hemos acostumbrado.
A veces ya es tarde para darnos cuenta de que somos unos adictos al sufrimiento, pero nos puede causar curiosidad esa manera incesante que tenemos de desconectarnos del bienestar, para darle paso por la puerta grande a esos pensamientos que nos sacan de foco, que nos entristecen o nos hacen sentir de cualquier manera mal.
Les debe haber pasado que ya soltaron un problema y están pasando un buen rato, cuando de repente solo se detienen, cortan la sonrisa y se conectan a aquello que les entristece o que los pone furiosos.
Nuestra mente tiene la facilidad especial de vivir sumergida en el drama y si no nos tomamos la tarea de conscientemente llevarla a otro sitio, ella hará nido en aquello que la perturba. Cualquier cosa que nos haga sentir desvalidos, inseguros, incapaces, tristes, abandonados, sin fuerzas para recuperarnos, parece tener una manera de colarse fácilmente y manifestarse a través de pensamientos y las correspondientes emociones.
Está en nosotros romper esos patrones de conducta e ir sustituyendo un hábito por otro. Ir colocando amor donde hay dolor, ir apaciguando los rencores con perdón, ir soltando lo que no está en nuestras manos cambiar… ir acostumbrándonos a las hormonas que segregamos cuando abrazamos a nuestros seres amados, cuando hacemos cosas que nos apasionan, cuando ponemos en orden nuestras cosas, cuando alcanzamos una meta.
Acostumbrémonos a lo mejor, al bienestar, si vamos a tener una adicción que sea a lograr ver lo positivo en cada situación, a invertir nuestro tiempo en lo que vale la pena, a ocupar nuestros pensamientos en sueños, en aventuras, en proyectos, a disfrutar del presente con todo lo que tiene… Todo esto sí vale la pena, no desgastar nuestro valioso tiempo y energía, conectándonos a cualquier cosa que nos haga sufrir, muchas veces solo por capricho.
No tengamos miedo a soltar lo que nos daña, eso es una demostración de ser adictos al sufrimiento. Si no podemos ser nosotros mismos, si no estamos siendo valorados, si no tiene nada que ver con lo que queremos, ¿para qué permanecer allí?
Soltemos las esperanzas absurdas, está bien ser optimistas y esperar siempre los mejores resultados, pero por lo general sabemos si estamos esperando algo que sencillamente no va a ocurrir. Caemos en el error de querer cambiar a los demás, sin entender que nadie cambia por un impulso externo, la gente cambia muy movidos por algo dentro de ellos, todo lo que no sea motivado por eso que llevan dentro, no resulta real o sustentable.
Cambia tú, no pongas tu bienestar en lo que hagan los demás. No te comprometas en relaciones que te alejan de quien eres, de lo que amas. Enfócate en ser quien eres, en soltar los miedos, en decirle a la vida que quieres experimentarla diferente, disfrutándola al máximo, entendiendo que es un regalo y que no vale la pena aferrarse o condenarse a vivir sufriendo.
La vida es como tú quieres que sea, decide que sea a colores, vibrante, emocionante, ello te generará otro tipo de emociones, también adictivas y que te harán atraer las mejores experiencias a tu vida.
Por: Sara Espejo – Reencontrate.guru
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