Algunas veces consideramos que nuestra infancia fue complicada y que lo que vivimos nos pudo haber marcado de tal manera que no nos sentimos seguros de poder ser los mejores padres para nuestros hijos. Incluso algunos que tuvieron infancias particularmente marcadas por el sufrimiento, optan por no tener hijos.
Sin embargo, los patrones de crianza no tienen por qué repetirse. A fines de desempeñar nuestro rol como padres, no tenemos que basar lo que queremos transmitir y sobre lo cual queremos construir una familia en aquello que vivimos nosotros.
Nuestros padres pueden ser nuestros modelos a seguir en las cosas que nos hayan hecho bien y los antimodelos para todo aquello que nos haya lastimado. No tenemos que repetir nada, si criamos de manera consciente, podemos descartar todo aquello que nos lleve a convertirnos en los padres que tuvimos.
Podemos ser el tipo de padre que sentimos que necesitamos. Si nos sentimos desatendidos, podemos brindar atención y amor a nuestros hijos, procurando que nunca sientan ese vacío emocional que nos pudo haber marcado.
Si fuimos maltratados, no tenemos por qué tener miedo de maltratar a nuestros hijos. De pequeños no tuvimos muchas opciones ante lo que vivimos, pero ya de grandes somos los únicos responsables de decidir con la información y experiencias que tenemos. Podemos criar en el marco del respeto y del amor, podemos ser refugio y contención para nuestros hijos.
Si tuvimos una crianza autoritaria, donde nuestra voz no era escuchada, donde todo se hacía como se nos imponía y no había espacios para diferir no para expresarnos, podemos convertirnos en padres que no impongan el respeto a través del autoritarismo. Podemos fomentar la democracia en la familia, darle voz y voto a nuestros hijos para que se expresen, podemos abrir canales de comunicación adaptados a las diferentes etapas, fundamentando la crianza en el respeto y no en el miedo.
Así podemos ir paseándonos por todos los modelos de crianza que normalmente dejan secuelas negativas en los hijos, recordando que no debemos coincidir con ese patrón, sino que podemos romperlo y acercarnos a ser los padres que pudimos haber querido.
Como padres podemos cometer muchos errores, de hecho tantos, que quizás no vale la pena repetir los que cometieron nuestros padres. A veces no importa todo el empeño que le pongamos porque podemos tener hijos que de igual manera salgan rotos de esa crianza. Porque nada nos garantiza que hagamos las cosas no solo bien, sino de la manera justa que nuestro hijo lo necesita.
Podemos incluso criar a varios hijos y ellos reflejar resultados muy distintos y tener apreciaciones muy diferentes en relación a la crianza que recibieron. Lo que medianamente nos puede dar certeza de que estamos formando personas que podrán desenvolverse a futuro sin mayores traumas generados durante su niñez, es monitorear su nivel de felicidad.
Los niños son básicamente felices, no es tanto lo que debemos hacer para mantener ese estado y para mayor ventaja, los primeros años de un niño, determinan en gran medida lo que se llevarán a su vida de adultos. Por lo que debemos aprovechar esos primeros 6 o 7 años para intentar hacerles la vida más bonita, reforzar de manera especial su autoestima y hacerles entender que son seres especiales, capaces de ser, hacer y tener lo que se propongan en la vida
Luego a medida que pasa el tiempo, las necesidades son distintas, pero mientras mantengamos el amor como marco y el procurar su felicidad como lineamiento, de seguro nos irá muy bien como padres. Hay algo que se llama instinto y es esa parte de nosotros que sabe exactamente qué hacer… aprendamos a escucharlo y seremos los padres que quizás quisimos tener o incluso superaremos esas expectativas.
Por: Sara Espejo – Reencontrate.com
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