Muchas veces entendemos que una persona no puede tener cabida en nuestras vidas. Sin importar qué ruta fue tomada para separar los caminos, el hecho de extrañar a alguien, no habla necesariamente de que queramos a esa persona de vuelta.
Las cosas muchas veces no son como uno quiere y en algunas relaciones, nos vemos obligados a vivir con un vacío en el alma, porque alguien a quien quisimos y aun queremos, no fue capaz de estar en una posición en nuestras vidas, sin lastimarnos.
Hay personas que simplemente no nos hacen bien. Definitivamente nadie llega por azar o casualidad a nuestras vidas, pero tampoco se retiran de ella de manera aleatoria. A veces esto corresponde a que ya lo que teníamos que aprender, lo que teníamos que ver en el otro o en nosotros mismos, tuvo lugar y ahora nos toca seguir adelante sin esa persona cerca.
A veces volvemos atrás, para darnos cuenta de que no importa los intentos que hagamos, el engranaje no funciona. No todos buscamos lo mismo y eso debe ser aceptado, asimilado y debemos actuar en consecuencia.
Pensamos: ojalá coincidiéramos en intenciones, qué sencillo sería todo si hicieses esto o lo otro, son cosas pequeñas… pero son pequeñas para nosotros, al otro le quedan grandes, no porque sea malo, no porque sea un necio, solo es distinto, su patrón de conducta es diferente y sus intereses son otros.
A veces solo nos queda aceptar que alguien estuvo en nuestras vidas y solo por haber estado en ella nos dejó cosas bonitas, cosas que nos hacen extrañarle. No pensar más en lo que pudo haber sido y no fue, no pensar más en los daños generados, solo agradecer y fluir.
Extrañar es el precio que pagamos por vivir momentos inolvidables.
Extrañar y no querer de vuelta, es la mejor manera de ubicarnos en una realidad y dejar de fantasear con lo que nos gustaría que ocurriese. Evidentemente nos referimos a los casos en donde eso es posible.
Nos acostumbramos a todo, incluso a las ausencias. A veces estamos tan inmersos en una relación que no nos damos cuenta de todo lo que estamos sufriendo y es solo cuando logramos separarnos que sentimos el alivio de las heridas permanentemente abiertas. Es en ausencia que logramos sanarlas y esa sensación de bienestar se vuelve la principal barrera cuando algo dentro de nosotros busca retornar al origen de todo lo que nos pudo haber lastimado.
Vale la pena seguir adelante, darnos otras oportunidades, donde no nos dañen o bien donde no dañemos. Si ya agotamos lo que tuvimos para estar con esa persona que no debe permanecer más que en la distancia, abramos nuestra mente y nuestro corazón para nutrirnos a través de relaciones que nos permitan estar sin lastimarnos, donde sí podamos entretejer caminos y lograr presencias que perduren en el tiempo.
No somos débiles por extrañar, más cuando hemos querido de manera honesta y sincera. Somos fuertes al actuar en función de lo que nos dice nuestro instinto de conservación y nuestra experiencia.
Aprendamos a despedir todo lo que no puede ser, sin miedo, cuando salimos de aquello que nos mantiene atrapados en medio de conflictos y pesares, le damos paso a algo más gratificante. Aprendamos a despedirnos, a dejar afuera lo que amamos, por alguien a quien debemos amar más, ese alguien somos nosotros mismos.
Y hay veces en las que las segundas oportunidades, solo nos la debemos a nosotros mismos, por haber permanecido demasiado tiempo en lugares inconvenientes que llegaron a hastiarnos por ser fuente de cualquier otra cosa, menos de la que merecemos.
Podemos extrañar… sí, pero la brecha de allí a querer de vuelta, definitivamente puede ser muy grande.
Por: Sara Espejo – Reencontrate.gurú
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