El ego opera de muchas maneras y quien permite que sus acciones estén netamente guiadas por él, suele caer en conductas que solo reflejarán su lado más oscuro. Todos y cada uno de nosotros tiene ese lado oscuro. Todos en algún momento podemos lastimar a otra persona a través de nuestras acciones, de nuestras palabras, de nuestras omisiones, incluso cuando ninguna de ellas provenga de darle rienda suelta a ese lado oscuro.
Como estamos normalmente interactuando con otros, debemos cuidar de cercar al ego, para que no nos use como instrumento de destrucción a quienes nos rodean. Ahora bien, hay personas que se caracterizan por darle paso libre y prácticamente sin filtro a lo que el ego planea para sentirse mejor con sí mismo, para sentir seguridad, fortaleza, superioridad, y esto muchas veces solo se traduce en actos de humillación hacia los demás.
Quien humilla a otro solo está demostrando su poca capacidad para resaltar por otras vías, tiene que empequeñecer o al menos intentarlo, para sentir que resalta, para sentir algo de realización personal.
Evidentemente esto va a generar un efecto particular en cada una de las personas alcanzadas por ese tipo de comportamiento, existiendo una variada gama en las reacciones. Algunas personas responden de una manera que les favorece, haciéndose más fuertes o logrando distinguir qué es lo que los hace diferentes. Mientras que otras se conectan con el malestar, se sienten rechazados, inferiores, incapaces… y así, la humillación ha conseguido marcarle negativamente.
Si nos encontramos del lado de quien humilla, entendamos que este tipo de comportamiento solo saca a flote nuestra miseria, habla de lo dominados que estamos siendo por nuestro ego, de nuestras inseguridades, de nuestras heridas y del mal manejo de recursos que podemos tener para interactuar con otros. Tenemos que aprender a brillar sin opacar a los demás. Tenemos que sentirnos capaces de dar cosas que enaltezcan a quienes interactúen con nosotros y entender que todos somos uno. Lo que le hacemos al otro, nos lo estamos haciendo a nosotros mismos.
En el caso de estar del lado de quien es humillado, debemos aprender a canalizar lo que recibimos. La gente puede venir con un balde de lodo a arrojárnoslo encima, pero siempre podremos decidir, figurativamente hablando, si ese lodo nos llega a tocar o no. Cada quien tiene sus maneras y mientras más firmes seamos en nuestra posición de que no nos afecta lo que otros intenten hacernos, menos propensos a estar en el camino de ese tipo esas personas vamos a ubicarnos.
Cuando alguien es constantemente humillado, normalmente esa humillación no proviene de una sola persona, sino que esa conducta se repite por parte de diferentes personas que participan de manera activa en sus vidas, bien sea de manera simultánea o no. Con esto quiero decir que lo que recibimos siempre está ligado al auto-concepto que tenemos de quienes somos y sobre todo al amor, al respeto que podemos sentir hacia nosotros.
Eso no depende de los demás, eso depende de nosotros, de cómo pensamos, de cómo vibramos y de lo que atraemos a nuestras vidas. Si me siento una víctima, cualquiera será mi verdugo. Incluso esa persona que para los demás es un ejemplo y una fuente de cosas positivas, puede que con nosotros se comporte de manera contraria y eso responde a lo que de alguna manera le hemos dejado saber al Universo que nos merecemos.
Ciertamente quien humilla tiene muchos conflictos internos que debe solventar, pero quien es su víctima, no se queda atrás. Así que no importa de qué lado de la ecuación estés, si estás en ella, es necesario una revisión interna y una pronta toma de medidas.
Por: Sara Espejo – Reencontrate.gurú
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