El rol de víctima es uno de los más perjudiciales, no solo para quien lo adopta, sino para quienes le rodean. La persona que se ve a sí misma como una víctima, no toma mayor responsabilidad de su vida y se encuentra vulnerable a cualquier elemento fuera de ella.
El sentirse indefenso, con poca capacidad de acción y de solución ante lo que nos ocurre, nos resta poder, nos resta autonomía y nos hace pensar que nuestra vida depende de lo que nos ocurre, de lo que los demás hacen o nos hacen, de las condiciones externas, más allá de cómo nosotros podamos reaccionar ante cada escenario.
Por supuesto, si me siento un ser atado y hasta indefenso, sin ningún tipo de control, mi proactividad tenderá a anularse, porque a fin de cuentas, yo no soy responsable de lo que me ocurre y poco puedo hacer.
Ante una cortina de humo de semejante densidad, quien se siente una víctima, irá por la vida, no solo atrayendo victimarios y verdugos, sino que irá buscando culpables y endosando la responsabilidad de lo que les ocurre (negativo), a los demás.
Curiosamente, las cosas buenas que le ocurren a una víctima, cuando logran apreciarlas, sí corresponden a sus esfuerzos, a sus acciones, a lo que han hecho o por lo general sacrificado, para obtenerlas. Incluso, cuando sea evidente que no hubiesen podido llegar allí sin la intervención de algún factor externo, el crédito, será exclusivo de ellos.
Lamentablemente, el mismo criterio no es aplicable cuando lo cosechado genera malestar. En donde la responsabilidad tendrá siempre un nombre diferente al propio.
Todos en algún momento nos podemos haber sentido una víctima, sin embargo, es fundamental que ese rol se asuma por muy poco tiempo y que aprendamos a guardar ese traje bajo llave. Resulta totalmente inconveniente ir por esta vida gritándole al universo que estamos preparados para recibir lo peor y que no tenemos posibilidades siquiera de generar resistencias al respecto.
Eliminemos el “me” de las acciones de los demás y entender que los demás hicieron cosas con las que nos sentimos, por elección, de una manera determinada.
Seamos empáticos, al colocarnos en la posición de los otros, aun cuando no justifiquemos determinadas acciones, se nos hará más sencillo entender el porqué de las cosas, sin sentir que alguien tuvo la intención de generarnos algún mal.
Veamos todas las posibilidades que tenemos ante la misma situación. Si vemos las múltiples opciones que tenemos, nos sentiremos con libertad de movimiento y con capacidad de dirigirnos hacia donde queremos estar.
Entendamos que todo lo que vivimos corresponde a una creación nuestra. No importa si nos agrada o no, si lo hemos creado consciente o inconscientemente, el entender que a través de lo que pensamos y creemos, que a través de nuestro enfoque, atraemos situaciones y personas a nuestra vida, nos ayudará a ser más condescendiente con lo que nos ocurre.
Seamos conscientes de que a culpar a alguien de lo que nos ocurre, nos restamos poder de acción, nos hacemos totalmente pasivos ante lo que nos ocurre y cedemos por completo a alguien más la posibilidad de sentirnos mejor y seguir adelante con mejor disposición.
Veamos lo maravilloso de la vida. Cuando entendemos que hemos venido a experimentar, a sentir, a transitar algo que quizás ya parcialmente escogimos, se nos hace más sencillo encontrar el gusto de la experiencia, incluso en lo que nos incomoda o en lo que nos duele. Cada experiencia suma, es como llenar un mapamundi, ya estuve aquí, en este otro sitio… y así… Evidentemente lo que nos alegra es mejor aceptado, pero hacernos conscientes de que cualquier vivencia nos engrandece el alma, nos permite tener un enfoque diferente de lo que vivimos.
Respetemos las acciones de los demás. A fin de cuantas, todos, cada uno de nosotros, está teniendo su experiencia vital cargada de aciertos y lo que podríamos catalogar como desaciertos. Pero cada uno está actuando y tomando las decisiones que le parecen las mejores y debemos respetar y considerar que cada quien está haciendo lo mejor que puede, con los recursos que tiene.
Perdonemos, no tenemos que cargar nuestro equipaje con nada que nos duela al verlo o recordarlo. Las personas que se sienten víctimas, suelen tener problemas para perdonar, se alimentan de lo que “les hicieron” y van por la vida justificando sus tropiezos y fracasos en lo que una vez les ocurrió. Soltar el rencor, nos libera y nos permite actuar sin predisposiciones. Sí, a veces da miedo andar, sin tener a quien responsabilizar si algo nos sale mal, sin poder endosar lo que nos pase a nuestro pasado o lo que vivimos, pero liberarnos de todo eso, nos invita a recorrer ligeros esta maravillosa experiencia.
Por: Sara Espejo –Reencontrate.gurú
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