Y al final… me quedo con mi perro

Y al final… me quedo con mi perro
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Ahí está, justo detrás de la puerta, esperando solo la distancia justa y necesaria entre la puerta y el marco para salir a recibirme. Con la emoción que solo mi perro sabe demostrar, me dice con sus brincos, con sus ladridos, con su colita dando vueltas, que soy lo mejor que le ha ocurrido en el día, que mi presencia es lo que más le alegra el corazón.

No importa cómo esté mi ánimo, él me recibe siempre de la misma manera. Sea yo recíproca o no con su amoroso recibimiento, su celebración de mi presencia, de mi llegada, de mi existencia,  va atada a su amor incondicional.

Definitivamente estos seres nos enseñan un tipo de amor, que quizás nadie es capaz de sentir. El mío es respetuoso de mis deseos y si solo quiero guardar silencio, él será solidario y se acostará a mi lado a contemplar la nada tanto como yo lo desee.

Pero eso sí, si estoy triste, buscará la manera de hacerme sonreír o al menos de hacerme saber que no estoy sola. No, no puede hablar, pero sus ojos y su cercanía me hablan de cómo siente mi pesar y cómo le interesa verme bien.

Los animales como fuente de inspiración

No podemos ser como los animales, pero bien deberíamos inspirarnos en ellos. Deberíamos poder colocar nuestro ego a un lado y amar sin condiciones, sin intereses particulares, sin preocuparnos por el qué dirán.

Deberíamos aprender de la lealtad, a no abandonar a quien nos ama, porque alguien nos ofrezca algo que nos pueda deslumbrar. El celebrar la presencia de quienes amamos, el acompañar y el expresar nuestro afecto de múltiples maneras, debería ser una lección que tomemos de estos seres que aunque no razonen, pareciesen tener la inteligencia que a los humanos nos falta.

Nos sanan y nos salvan

Los animales nos ayudan a sanar, no solo emocionalmente, sino físicamente. Su presencia nos favorece, nos hace sentirnos amados, su vibración nos hace bien y nos permiten conectarnos con esa parte que no necesita de nuestro intelecto. Nos conectamos con ellos de corazón a corazón y desde allí se establece la más bella y pura comunicación, la que no necesita palabras, para decir lo que el alma quiere escuchar, salvándonos así de la frivolidad del mundo.

Si tienes un animalito en tu vida, un perro, un gato, un mono… sabrás que el nombre de mascota se queda muy corto, que no solo llevan un nombre propio, sino que son una parte fundamental de nosotros y que incluso si llegásemos a listar por orden de prioridades, estaría por encima de muchas personas que incluso comparten nuestra sangre. Porque aun cuando él no la lleva, simplemente pertenece a nuestra familia, con un rol ganado con cada gesto de amor, con cada demostración de lealtad, de solidaridad, con cada momento de felicidad que nos otorgan.

Los animales no son para todos, dicen algunos, pero yo pienso que sí, solo que algunos tienen tal coraza en su corazón que incluso a unas peludas patitas, les cuesta llegar. Solo es cuestión de darle la oportunidad de entrar y ese animalito se abrirá paso y de seguro cuando eso pase, no habrá vuelta atrás… Ante las excepciones, las formas de amor más sublimes sí que no son para todos.

Al final…

perro

Aprovecha cada oportunidad que tengas de nutrirte de las experiencias más puras, donde no te amen por obligación o por necesidad, donde no sepan qué tan inteligente eres, donde no sepan qué posición tienes, donde no les importe cuánto peses, cómo te vistas… Inspírate para ser mejor persona a través del reflejo del amor de un animal. Y sí, siempre apostaré por la bondad del hombre, pero sin duda, al final… me quedo con mi perro.

Por: Sara Espejo – Reencontrate.com


Sara Espejo

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